“El hecho de ser oficialmente alabado respecto a determinadas cualidades o capacidades parece haberse convertido en un instrumento de la política simbólica, cuya función subterránea es integrar a individuos o grupos sociales en el orden social dominante mediante la sugestión de una imagen positiva de sí mismo.” (RI p.130)
Para Axel Honneth, así como existe un fundamental proceso histórico de “luchas por el reconocimiento” que han permitido “una multitud de esfuerzos políticos emancipatorios”, se ha llegado a utilizar el reconocimiento social como una forma de instrumentalización y “sometimiento voluntario” de los individuos. La pregunta clave es, entonces, cómo diferenciar con seguridad entre este reconocimiento ideológico –menoscabador de la autonomía del individuo- de aquél que efectivamente conduce a la emancipación de estos (“justificado“).
Reconocimiento justificado
En primer lugar, para Honneth el reconocimiento intersubjetivo es el ámbito fundamental para comprender la posibilidad de un desarrollo de la sociedad hacia una comunidad cada vez más moral, esto es, una en la que los individuos lleguen a reconocerse y afirmarse mutuamente de acuerdo a sus necesidades, derechos y capacidades contributivas.
“Podríamos comprender el comportamiento de reconocimiento humano como un haz de hábitos que en el proceso de socialización han sido vinculados con las razones capaces de constatar el valor de otras personas.” (RI p.137)
Las luchas por el reconocimiento a lo largo de la historia han sido el proceso que ha permitido que los individuos aprendan, amplíen e integren una capacidad evaluativa cada vez mayor respecto a sus semejantes. Por esta razón, sus triunfos o dificultades corresponderían tanto a las posibilidades de progreso moral de una sociedad como aquello que obstruye ese camino ante la incapacidad de reconocimiento del otro.
El reconocimiento es fundamental no solo para la sociedad en su conjunto, sino también para el individuo. En efecto, se trata históricamente de “un crecimiento tanto de socialización como de individuación” (H p.207) donde la asistencia y afirmación entre las personas resulta clave para el desarrollo de la identidad personal:
“Los seres humanos (…) deben su identidad a la construcción de una relación práctica consigo mismo que desde el primer momento depende de la ayuda y la aprobación por parte de otras personas.” (AK p.323)
Los individuos no se comprenden a sí mismos de manera aislada o atómica, sino que llegan a adquirir su identidad por los vínculos recíprocos que adquieren con otros. A partir de esto es que pueden obtener las condiciones suficientes para el desarrollo de su libertad en la sociedad:
“con cada valor que confirmamos mediante reconocimiento crece la posibilidad para los seres humanos de identificarse con sus capacidades y de alcanzar correspondientemente una mayor autonomía.” (RI p.138)
El reconocimiento es tanto asistencia como aprobación del otro. Para Honneth existirían tres esferas claves desde donde puede progresar. En primer lugar, en el reconocimiento básico de las necesidades elementales que tiene todo ser humano (“amor”); segundo, en el reconocimiento de la autonomía o capacidad de pensar por sí mismo de cada persona (“respeto”); y tercero, en el reconocimiento de las múltiples maneras en que puede contribuir a la sociedad (“aprecio social”). Así para Honneth,
“estas tres formas de reconocimiento designan las actitudes morales que juntas forman el punto de vista cuya adopción garantiza las condiciones de nuestra integridad personal.” (AK p.326)
Es éste, entonces, el reconocimiento justificado. Éste resulta esencial tanto para el desarrollo del individuo como para un progreso moral de la sociedad. Las luchas por el reconocimiento permitirían un progreso social donde estas maneras de reconocerse crecerían en vistas de “valores considerados intersubjetivamente como válidos” (CP p.296) cuyo origen se daría en este mismo proceso histórico de reconocimientos mutuos.
Reconocimiento ideológico
A pesar de lo anterior, Honneth es consciente de que se ha llegado a hacer un uso ideológico del reconocimiento social. Éste tipo de reconocimiento no apunta a la emancipación, sino que se transforma en una nueva forma de dominio sobre los otros.
Cuando el reconocimiento se vuelve ideológico crea en las personas una “imagen de sí mismo” que contribuye “a la reproducción de las relaciones de dominio existentes” a través de la creación de “un tipo de autoestima que provee de las fuentes motivacionales para formas de sumisión voluntaria” (RI p.131). En otras palabras, se felicita, aprueba, afirma o reconoce al individuo para reforzar sus conductas de acuerdo a las necesidades de la estructura de dominio.
Por nombrar algunos ejemplos, Honneth menciona el halago al “esclavo virtuoso” que lo lleva a obedecer sin resistirse; el reconocimiento a los actos de la “buena madre” para conservarla fija en un rol único; o la gran ovación por el “el valiente y heroico soldado” para mantenerlo siempre dispuesto a nuevas matanzas bélicas.
Ahora bien, es más fácil detectar estas ideologías al mirar la historia pasada -logrados ya ciertos triunfos en el reconocimiento de los otros- que cuando miramos nuestro propio tiempo. En éste resulta mucho más difícil establecer criterios claros para diferenciar reconocimientos justificados de aquellos ideológicos. Es aquí donde Honneth plantea el problema:
“donde los sujetos parecen alcanzar un respeto hacia sí mismos reforzado bajo los efectos de una nueva forma de reconocimiento, nos falta por el momento todo criterio para diferenciar entre desplazamientos de acento ideológicos y justificados.” (RI p.144)
Ideologías del reconocimiento: criterio para su diferenciación
En términos generales, lo primero a considerar es que las ideologías del reconocimiento harán uso de éste como un medio y en ningún caso tendrán por fin último el aprecio del otro en sí mismo (amor, respeto o aprecio social). Su meta es, en definitiva, conseguir una sumisión voluntaria del individuo para que cumpla con lo requerido:
“en efecto, en lugar de dar expresión a un valor, tales ideologías del reconocimiento proporcionarían la disposición emocional para cumplir sin resistencia las tareas y obligaciones esperadas.” (RI p.140)
Ahora bien, para que todo tipo de reconocimiento consiga ser efectivo (persuasivo), Honneth señala algunas características que deben cumplirse. En primer lugar, las apreciaciones del reconocimiento ideológico deben ser “positivas”, esto es, ser capaces “de dar expresión al valor de un sujeto” y así conseguir reafirmar su autoestima. En segundo lugar, deben ser “dignas de crédito”, realistas respecto al valor atribuido (no exageraciones) y, además, vigentes en cuanto a la relevancia histórica de dicho valor. En tercer lugar, deben ser “contrastantes”, es decir, que “den expresión a nuevos valores o capacidades específicas” (RI p.142) para que los individuos puedan experimentase ellos mismos como “distinguidos” respecto de los demás o respecto de sí mismos en el pasado.
Sin embargo, estas características son compartidas tanto por los reconocimientos ideológicos como justificados. En ambos casos hay una apelación a la racionalidad evaluativa de los individuos: en ambos casos el “contenido evaluativo es tan digno de crédito que pueden ser aceptadas con buenas razones por las personas apeladas” (RI p.144).
Es por esta razón que para Honneth el verdadero criterio para detectar la ideología en el reconocimiento es que en ésta la promesa evaluativa no concordaría con su correspondiente materialización.
“El déficit que posiblemente permite reconocer tales ideologías consiste en la incapacidad estructural para proporcionar las condiciones materiales bajo las cuales son realizables efectivamente las nuevas cualidades de valor de las personas afectadas: entre la promesa evaluativa y el cumplimiento material se abre un abismo.” (RI p.147)
Honneth entiende por “materialización” el que los reconocimientos ideológicos quedan en meras palabras o simbolismos, sin cambios coherentes en la realidad. ¿De qué sirve reconocer a otro como un “otro” si no se lo tratará de igual modo? Por el contrario, en el reconocimiento justificado “algo debe haber cambiado en el mundo físico de los modos de conducta o los hechos institucionales”.
Ahora bien, y de suma importancia, la incapacidad de esta materialización no es accidental. Y es que esa materialización pone en jaque justamente la estructura de dominio. No puede materializarlo pues, de hacerlo, “la provisión de las condiciones institucionales no sería ya compatible con el orden social dominante” (RI p.147).
Bajo este criterio, entonces, sería para Honneth posible comprobar con anticipación si ciertos cambios de énfasis en los reconocimientos sociales son moralmente justificados, o bien si se trata solo de nuevas formas del poder regulador. En el caso que el reconocimiento le falte toda perspectiva sobre un consistente cumplimiento material para quienes son interpelados, podríamos ya “denominarlos con buena conciencia como ideologías” (RI p.148).
Descarga
Artículo El reconocimiento como ideología de Honneth ver aquí.