Collingwood: tres ideas de la naturaleza

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El origen de las grandes ideas de la naturaleza

 “… ha habido tres épocas de pensamiento cosmológico positivo; tres épocas, queremos decir, en las que la idea de la naturaleza se ha colocado en el centro del pensamiento, se ha convertido en tema de intensa y prolongada reflexión” (IN 15).

Naturaleza como organismo, naturaleza como máquina, naturaleza como proceso. Para Collingwood, cada una de estas ideas habría logrado desarrollar cosmovisiones predominantes dentro de la historia de Occidente, con largas implicaciones en la autocomprensión del ser humano y el mundo en el que existe.

Ahora bien, la “intensa y prolongada reflexión” que señala, no tendría que ver solamente con un teorizar y pensar puro de la totalidad del cosmos (“filosofía”). Para Collingwood, el surgimiento de las grandes ideas del mundo natural serían siempre resultado de una dinámica entre la reflexión del todo y la investigación empírica y “en detalle” de la naturaleza (“ciencia”):

“…ambas cosas se hallan tan íntimamente trabadas que la ciencia de la naturaleza no puede marchar largo tiempo sin que comience ya la filosofía y que ésta repercuta sobre la ciencia, de la que ha surgido, proporcionándole luego una firmeza y consistencias nuevas…” (IN 17).

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Musonio Rufo y Aspasia de Mileto: las mujeres también han de filosofar

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El prejuicio de la antigüedad clásica contra la mujer filósofa

En la búsqueda histórica, dentro de la antigüedad clásica, de referentes o modelos para fomentar la filosofía entre las mujeres, nos encontramos prontamente con un obstáculo mayor. No sólo chocamos con una lamentable escasez de fuentes disponibles, sino que además nos encontramos por doquier con un discurso en el cual a la mujer se le niega, de una u otra manera, el acceso a la filosofía.

En la Grecia y Roma de la antigüedad, la mujer tiene asignado, en primer lugar, un rol social limitado (“dueña de casa”) que dificulta enormemente su educación y restringe su participación en la vida ciudadana. En segundo lugar, y acaso lo más grave, se ve apresada por un prejuicio generalizado en el cual se considera que por naturaleza no está bien dispuesta para la filosofía y las tareas de la razón. Simone de Beauvoir, en el inicio de su obra El segundo sexo, expone este prejuicio en las palabras del propio Pitágoras:

“Existe un principio bueno que ha creado el orden, la luz y el hombre, y un principio malo que ha creado el caos, las tinieblas y la mujer.” (Ss 11)

Ejemplos como éste abundan en la literatura y la filosofía antigua. Sin embargo, también es posible encontrar algunas luces (aunque escasas) que permiten contrariar estas nefastas opiniones. Si bien esos casos ejemplares no son totalmente perfectos –en el horizonte de nuestras actuales exigencias- sí consiguen poner en cuestión prejuicios arraigados de su propia época y que, aunque parezca sorprendente, aún conservan vigencia en algunos sectores de la sociedad hasta el día de hoy. Así es como podemos encontrar, por suerte, palabras como las que siguen en el siglo I d.C.:

“El mismo raciocinio han recibido de los dioses las mujeres y los hombres, el que utilizamos en las relaciones mutuas y con el que discurrimos sobre cada cosa si es buena o mala y si es hermosa o fea. (…) el deseo y la buena disposición natural hacia la virtud residen no sólo en los hombres, sino también en las mujeres.” (Df III-9)

Estas son palabras del filósofo estoico y romano Musonio Rufo, para quien, como se revisará a continuación, mujeres y hombres poseen por naturaleza la misma razón, disposición y capacidad para pensar y educarse, para filosofar y formarse como seres racionales y virtuosos. 

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Plutarco: señales de progreso para una vida virtuosa

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Si asumimos que el ascenso a la excelencia o virtud (areté) no es un sendero breve ni fácil, sino largo y requerido de esfuerzos, ¿cómo podemos reconocer que no nos hemos desviado en el trayecto y que nos mantenemos por buen camino?

Hace ya casi dos milenios el filósofo griego Plutarco de Queronea (46/50 -120 d.c) dejó algunas señales para responder este problema (Cómo percibir los propios progresos en la virtud).

A continuación se presenta una breve síntesis de aquellas señales de progreso. Estas aún conservan vigencia para quienes buscan la mejora de su propio ser más allá del “éxito social” que promueve la sociedad. En efecto, para Plutarco la virtud no se define por los valores convencionales (fama, riquezas, poder y placeres) sino esencialmente por lograr una plena soberanía sobre sí mismo [1].

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Pierre Hadot: ejercicios espirituales y filosofía como forma de vida

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Para el filósofo francés Pierre Hadot los ejercicios espirituales fueron en la antigüedad prácticas regulares dedicadas a convertir la propia vida en un camino progresivo de mejora de sí mismo en vistas del ideal del sabio y la vida virtuosa. Este recorrido de transformación se presentaba, al mismo tiempo, como crítica y quiebre respecto a la forma de vida predominante de la convención social, a través de la negación de los valores imperantes (riquezas, honores, placeres) y la afirmación de aquellos propios de la sabiduría (virtud, contemplación, simplicidad vital).

“(…) haz como el escultor que debe crear una estatua hermosa: quita, cincela, pule y limpia hasta que aparece el bello rostro de la estatua. Del mismo modo tú también debes quitar todo cuanto sea superfluo y enderezar lo torcido, purificando lo siniestro para convertirlo en brillante, sin dejar de esculpir tu propia estatua hasta que brille en ti la claridad divina de la virtud.” (Plotino, Enn, I 6)

Filosofía como forma de vida

La relevancia de estos ejercicios espirituales corresponde a la importancia que tiene la distinción entre filosofía como forma de vida y filosofía como discurso teórico. Para Pierre Hadot la filosofía antigua no era, como se considera generalmente, un conjunto de elaboraciones teóricas, sino un método de formación de una nueva manera de vivir y percibir el mundo, un intento de transformación del ser humano llevada a cabo por ejercicios realizados día a día.

Además, estos ejercicios espirituales no habrían quedado limitados a la antigüedad clásica, sino que habrían continuado su legado a lo largo del desarrollo de la cultura y pensamiento occidental: integración de los ejercicios espirituales antiguos en la religión cristiana; retroceso y menoscabo en la filosofía eminentemente teórica y sistemática de la modernidad; parcial resurgimiento en el siglo XIX en pensadores como Schopenhauer, Nietzsche y Bergson junto con el existencialismo de la primera mitad del siglo XX. Continua leyendo Pierre Hadot: ejercicios espirituales y filosofía como forma de vida