Sobre el fundamento último (I) De Hesíodo a Descartes

[Lectura: 10 min.]

I. La pregunta por el fundamento

¿Cuál es el principio último de todas las cosas? ¿Qué es aquello que subyace, origina o posibilita todo lo existente? ¿Qué sostiene, en último término, toda la realidad?

Grabado anónimo en C. Flammarion 

Esta es la pregunta por los fundamentos. Y aunque pueda plantearse de distintas maneras, considera siempre dos aspectos capitales: por una parte, pregunta por lo que fundamenta sin estar esto mismo fundamentado por algo más; y por otra, el que tiene un alcance completo, es decir, que abarca absolutamente toda la realidad.

La pregunta es de máxima importancia, pues no solo aborda el fundamento en el que se sostienen los saberes de la humanidad, sino que también apunta a nuestras creencias básicas sobre la realidad, aquellas que orientan nuestro diario vivir.

“El árbol de la ciencia”, Ramón Llull.

Así, preguntando por el fundamento más universal y sus posibles modos de ser, se abre en el saber la cuestión de las raíces de las principales regiones de la realidad (p. ej.: “materia”, “vida”, “mente”), así como las respectivas disciplinas que se ocupan de ellas. Respondiendo al problema, se da orden a la realidad, se clasifican las ciencias, y el camino de toda investigación posterior queda determinado.

Y, en lo que toca a la vida común, lejos de la intención puramente intelectual, este preguntar recuerda que vivimos bajo una comprensión de fondo que -de una u otra manera- responde al problema de los fundamentos. Con estas respuestas subyacentes damos un mínimo de coherencia a nuestro mundo, así como una orientación mínima para decidir y obrar en este. Porque, por ejemplo, no es lo mismo vivir creyendo que el fundamento del todo es un Dios creador, omnipotente y omnibenevolente, que hacerlo suponiendo que toda la realidad es un enorme complejo de partículas elementales sin finalidad alguna. No es necesario teorizar estas ideas para que, como creencias, gobiernen nuestras vidas.

Ahora bien, ¿por qué una pregunta tan importante no recibe mayor atención en nuestro diario vivir?, ¿por qué, si toca las bases mismas de nuestra existencia, queda relegada a la actividad de algunos filósofos, teólogos o científicos? ¿Acaso poseemos una respuesta tan satisfactoria, que ya no vale la pena preguntar más? Difícilmente.

En lo que sigue se revisarán algunos de los intentos más importantes por responder la pregunta por los fundamentos. Una revisión breve, por cierto, pero no necesariamente superficial si consigue captar -en una mirada- la persistencia, por siglos y hasta hoy, de quizás la pregunta más importante de todas.

  1. La pregunta por el fundamento
  2. Su historia
    1. Hesíodo
    2. Parménides
    3. Platón y Aristóteles
    4. Agustín y Aquino
    5. Descartes
    6. Leibniz
    7. Kant
    8. Hegel
    9. Heidegger
    10. ¿Ciencia? (Hawking)
  3. Su vigencia

II. Historia de la pregunta

Hesíodo: Caos y Gaia

El punto de partida no está -como cabría esperar- en los primeros filósofos, sino en la mitología como un modo de responder a la pregunta por el fundamento. Estos relatos, lejos de ser únicamente una manifestación de deseos o temores humanos, expresan formas básicas de dar orden y sentido a las bases de la totalidad de las cosas. En Hesíodo (VIII a. C.), por dar un ejemplo paradigmático, el origen de todo yace en los dioses primordiales. En los dos primeros -Caos y Gaia- se presenta el paso de la nada o el vacío, hacia el sustento primario de todo lo que existirá:

“Gea”, Feuerbach (1875)

“En primer lugar existió el Caos. Después Gaia la de amplio pecho, sede siempre segura de todos los Inmortales que habitan la nevada cumbre del Olimpo.” (Hesíodo, Teogonía 117)

Caos (Χάος) no es tanto desorden como el vacío (amplitud abierta de par en par) desde el cual emerge la Tierra (Γαῖα), el suelo o “sede” donde la realidad se desplegará en el mundo de mortales e inmortales. Este mundo se desarrollará como una pugna entre distintas generaciones de dioses, culminando en el orden de justicia y moralidad impartida por Zeus, en la cumbre del Olimpo, sobre el amplio pecho de Gaia.

Así entonces, del vacío a la entidad. Y en la entidad, el devenir divino y humano, moral y social. Se trata de una respuesta íntegra sobre el fundamento de la realidad, como todos los intentos que luego vendrán.

Parménides: ser único, completo, inmóvil, infinito

Pero será con la filosofía clásica con la cual comenzará una decidida búsqueda racional y crítica. Tales, Anaximandro, Pitágoras, Heráclito y otros “filósofos de la naturaleza”, preguntan sobre los primeros principios (ἀρχή) de la naturaleza (φύσις), aquello que sostiene y compone toda la realidad.

Dentro de todos ellos, cabe destacar a Parménides, por su influencia posterior, y —sobre todo— por representar una clara transición desde la mitología a la filosofía. En su poema “Sobre la naturaleza” (Περὶ φύσεως, V a. C.) expresa, en formas de revelación, alegorías y una estructura de texto típica de la mitología clásica, un argumento racional para postular un Ser único e inmutable como fundamento último.

Su “camino de la verdad” dice que el ser es, y por esto puede ser pensado, mientras que el no-ser no es, y por lo mismo es impensable; y dado que “lo mismo es ser y pensar” (Parménides, B3), solo el ser es posible, mientras que la nada y todo lo que implique no-ser (el origen o el cambio) sean un absurdo y un imposible. De ahí el fundamento concluido: un ser único, íntegro, inmutable, eterno.

Sólo un relato de una vía
queda aún: que es. En ella hay muchísimos signos:
que siendo ingénito es también imperecedero,
total, único inconmovible y completo.
No fue jamás ni será, pues ahora es todo junto,
Uno, continuo. Pues, ¿Qué génesis le podrías buscar?
¿Cómo y de dónde ha crecido? No te permitiré
decir ni pensar: “de lo que no es”, pues no es decible ni
pensable
que no es. ¿Qué necesidad lo habría impulsado
a nacer, después más bien que antes, a partir de lo que
no es nada?
De este modo, es necesario que sea del todo o que no
sea.
(Parménides, Poema de la naturaleza B8 1-11)

Platón y Aristóteles: Mundo de Ideas y Sustancia primera

Posteriormente, Platón y Aristóteles (IV a. C.) asentarán las bases para los siglos por venir.

Alegoría de la caverna, grabado de Jan Saenredam (1604)

En Platón, la realidad se fundamentará en el Mundo de Formas o Ideas. Estas representan el verdadero ser de todo cuanto es, y en donde lo múltiple y cambiante que percibimos regularmente (el mundo de las apariencias propuesto en la “alegoría de la caverna”) sería solo una “sombra” que participa de aquella realidad última:

“…en todas las cosas que determinamos como múltiples, declaramos que a cada una de ellas corresponde su idea que es única y que designamos «aquello que es»” (Platón, La República 507b).

Y de Aristóteles se conserva un tratado completo y elaborado —la Metafísica— en el cual se persigue el fundamento a través de la pregunta por el objeto y ciencia de lo más universal de todo, a saber: la entidad o “lo que es” (τὸ ὄν). La entidad sería aquello que “constituye lo común a todas las cosas” (1004b20):

“Hay una ciencia que estudia lo que es, en tanto que algo que es {τὸ ὄν}, y los atributos que, por sí mismo, le pertenecen. (…) ” (Aristóteles, Metafísica 1003a25).

Pero la entidad se expresa de muchos modos (categorías), aunque dentro de todas estas hay una principal, ya que todas las demás remiten o se dicen de ella: la sustancia (οὐσία). Esta existe por sí misma y es el sujeto de la cual se predican las demás categorías, y no al revés (“Sócrates es un hombre”, “Sócrates es mortal”; y no “Mortal es un Sócrates”):

“Así también ‘algo que es’ se dice en muchos sentidos, pero en todos los casos en relación con un único principio {οὐσία}” (1003b5-6)”.

Y, por último, así como reconoce una entidad primaria en todo lo que es, también propone un Principio que pone al Todo en movimiento (incluso los astros eternos del cielo). Porque toda sustancia remite en sus cambios a otras, y para no caer en un ad infinitum (un absurdo para Aristóteles), concluye que debe haber una Sustancia Primera, una que mueva todo el Universo sin ser movida ella misma movida. Se trata del Motor Inmóvil que, como causa final, atrae moviendo a toda las cosas:

Sistema Ptolemaico (discípulo de Aristóteles). El Todo, movido eternamente por el Principio inmóvil.

“El Principio, la Primera de las cosas que son, no es susceptible de movimiento ni por sí ni accidentalmente, y mueve produciendo el movimiento primero, que es eterno y uno. Y puesto que es necesario que lo que se mueve sea movido por otro, y que lo primero que mueve sea inmóvil por sí, y que el movimiento, siendo eterno, sea producido por un motor eterno y siendo uno, por uno sólo; y puesto que, de otra parte, además de la traslación simple del Todo que consideramos producida por la entidad primera e inmóvil, observamos otras traslaciones que son eternas, las de los planetas (…) es necesario también que cada una de estas traslaciones sea movida por una entidad inmóvil por sí y eterna”. (1073a24)

Agustín de Hipona y Tomás de Aquino: Dios platónico y aristotélico

Platón y Aristóteles influyeron por siglos, y lo hacen aún hoy. En el largo milenio de la Edad Media, permearon el fundamento teológico de la realidad con sus pensamientos filosóficos.

San Agustín (siglo IV), reconoce el fundamento último en Dios como Ser verdadero. Pero descubre con claridad sus propiedades inmanentes (eternidad, inmutabilidad, origen del todo) bajo la luz ofrecida por la filosofía de las Ideas o Formas que proponía Platón.

“Pero entonces, leídos aquellos libros de los platónicos y advertido por ellos, comencé a buscar la verdad incorpórea y barrunté que vuestras perfecciones invisibles se hacían inteligibles a través de las cosas creadas; y si bien repelido en mi exploración, sentí cuánta verdad era aquella verdad que las tinieblas de mi alma no me dejaban contemplar. Estaba yo cierto de vuestra existencia; estaba cierto que sois infinito, aunque no os derraméis por lugares finitos e infinitos; que sois verdaderamente el que sois, el mismo de siempre, sin ninguna alteración, movimiento ni mudanza; que todas las cosas proceden de Vos con solo el argumento decisivo: por el hecho de que son.” (San Agustín, Confesiones 405)

Y varios siglos después (XIII), otro gran teólogo y pensador, Tomás de Aquino, también influido por Platón, pero sobre todo por Aristóteles, identifica al Dios fundamento como Sustancia Primera, “acto puro” —plenamente realizado y perfecto—, como el origen y causa absoluta de todo ser.

El primer motor, Rafael Sanzio (s. XVI)

“Por lo tanto, es necesario que todas las cosas, menos Dios, no sean su propio ser, sino que participen del ser, y, por lo tanto, es necesario que todos los seres, que son más o menos perfectos en razón de esta diversa participación, tengan por causa un primer ser que es del todo perfecto. Por eso Platón dijo que es necesario presuponer la unidad antes que la multitud. Y Aristóteles en II Metaphys., dice que lo que es ser en grado sumo y verdadero también en grado sumo es causa de todo ser y de todo lo verdadero…”. (Santo Tomás, Suma de Teología, L1, c. 44, art. 1: ¿Es o no es necesario que todo ser haya sido creado por Dios?)

Descartes: res cogitans, res extensa y Dios

Con Descartes (s. XVII) el problema se centra en la búsqueda de una certeza absoluta sobre la cual poder edificar todo saber. Pero el método utilizado, ya no por revelación, sino a través del uso de la razón, debe indicar el camino hacia un saber seguro. Y así, lo primero descubierto a través de su duda metódica, es la evidencia indudable de su cogito, ergo sum:

“… queriendo yo pensar, de esa suerte, que todo es falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa; y observando que esta verdad: «yo pienso, luego soy», era tan firme y segura que las más extravagantes suposiciones de los escépticos no son capaces de conmoverla, juzgué que podía recibirla, sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que andaba buscando” (Descartes, Discurso del método 66).

Siguiendo la “claridad y distinción” de dicha evidencia como criterio de verdad, continúa buscando extender su conocimiento. Y, ante la idea clara y distinta de un “Ser sumamente perfecto”, deduce tanto su existencia como su carácter fundamental de todas las cosas. En efecto, argumenta que la idea perfecta señalada no podría formarse tomando por origen un ser imperfecto y finito, como él, sino que debe provenir de una sustancia sumamente perfecta.

“Sólo queda, pues, la idea de Dios, en la que es preciso considerar si hay algo que no pueda proceder de mí mismo. Bajo el nombre de Dios entiendo una sustancia infinita, eterna, inmutable, independiente, omnisciente, omnipotente, por la cual yo mismo y todas las demás cosas que existen (…) han sido creadas y producidas. Ahora bien: tan grandes y eminentes son estas ventajas, que cuanto más atentamente las considero, menos me convenzo de que la idea que de ellas tengo pueda tomar su origen en mí”. (Descartes, Meditaciones 146,147)

Y, es más, la idea misma de Ser Perfecto tampoco podría carecer de existencia, ni de benevolencia. Ambos aspectos los considera propiedades constituyentes de la idea de perfección, concluyendo que si puede inteligir exactamente el “Ser sumamente perfecto”, entonces necesariamente tiene que existir, y tiene que ser benevolente.

“Pues, ¿hay algo que sea más claro y manifiesto que pensar que hay un Dios, es decir, un ser soberano y perfecto, el único en cuya idea está incluida la existencia necesaria o eterna y que, por lo tanto, existe?.” (Meditaciones 170 )

Y así, a través de la razón y el criterio de verdad hallado en el cogito, ergo sum, descubre el Ser Perfecto como fundamento y garantía de todas las cosas. Con certeza de su existencia, también la hay de que como ser bondadoso no puede buscar el engaño; la claridad y distinción como criterio de verdad queda asegurado, así como también el que la res extensa de los objetos en el espacio -distintos del modo de ser del cogito- corresponden a un mundo real al cual él pertenece (y no son una mera ilusión).

La posibilidad del conocimiento apoyado por este fundamento último, al fin, permite avanzar en el saber posterior de lo humano y su realidad.

“Y así conozco muy claramente que la certeza y verdad de toda ciencia dependen únicamente del conocimiento del verdadero Dios, de suerte que, antes de conocerle, no podía yo saber nada con perfección.” (Meditaciones 172)

Tratado del Hombre, René Descartes (1662)

Continúa leyendo: Sobre el fundamento último PARTE II: Leibniz, Kant, Hegel, Heidegger y el caso de la Ciencia


Referencias

Hesíodo. Obras y Fragmentos. Ed. Gredos

Parménides. Poema de la naturaleza. Ed. Charcas trad. Gómez Lobo

Platón. La república. Ed. RIL editores.

Aristóteles. Metafísica. Ed. Gredos

San Agustín. Confesiones. Ed. Aguilar

Santo Tomás de Aquino. Suma de Teología I. Ed. BAC (4a edición)

Descartes, René. Discurso del Método - Meditaciones Metafísicas. Ed. Austral

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- Poema de la naturaleza, Parménides (trad. Gómez Lobo)

Publicado por

T.M.

Escritos: Tomás M. Revisión: Catalina L. (ver más)

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