Cada Reino de lo vivo expresa una larga historia de ensayos para superar los problemas que le ha presentado su medio en el planeta. Desde organismos unicelulares, hasta otros más complejos, todos han tenido que recorrer un enorme camino evolutivo para encontrar respuestas satisfactorias para adaptarse y conseguir sostener su existencia.
Es en este sentido que cada rama evolutiva presente hasta hoy, porta un registro de incontables soluciones a problemas de nuestro mundo.
“Hay (…) millones de tipos de animales y plantas en el mundo: millones de soluciones distintas a los problemas de mantenerse con vida.” (David Attenborough, La vida en la Tierra)
Ahora bien, el progreso de las ciencias en los últimos siglos ha permitido desvelar muchos de los mecanismos por los cuales lo vivo consigue estas soluciones. Gracias a este conocimiento, no solo avanza el entendimiento de la historia de la vida y su evolución, también —desde una mirada más filosófica— se visibilizan una infinidad de formas de vivir en el mundo que dejan múltiples lecciones que el ser humano puede aprovechar para sus propios problemas.
Esto no es muy distinto a la relación que tuvieron los filósofos de la antigüedad con la Naturaleza. Junto con estudiar su orden y funcionamiento, interpretaron la sabiduría subyacente que esta poseía, ayudándose así a encontrar guía sobre cómo vivir consigo mismo y con los demás.
“Entonces el alma tiene la plenitud y la perfección del bien al que puede aspirar, cuando hollado todo mal, endereza su vuelo a la altura y penetra en las intimidades de la Naturaleza” (Séneca, Cuestiones Naturales 784).
Formas de la naturaleza, Naturalista Ernst Haeckel 1904)
De los frutos de la ciencia moderna se pueden obtener ricos y detallados casos de cómo lo vivo responde a la realidad. Con una posterior reflexión, se pueden extraer modelos y ejemplos, o interpretar símbolos y significados, todos capaces de contribuir en la solución de nuestros problemas más apremiantes.
Y si de entre todos los reinos de lo vivo hay uno que vale la pena atender, es aquel que ha conseguido proliferar por millones de años por caminos muy distintos a los nuestros. Pues mientras la humanidad avanza pobre en fundamento —acelerada e impaciente hacia un destino incierto— el Reino de las Plantas crece lenta y arraigadamente hacia el cielo y su estrella, abriendo hojas, eclosionando en colores, y ofreciendo a su entorno frutos y semillas para el porvenir.
¿No debemos acaso prestar atención a la sabiduría que subyace en su forma de existir?
1. El Reino de las Plantas (un poco de historia)
i) Plantas terrestres y fotosíntesis
Biología, Campbell 579 (click para agrandar)
Hace 475 millones de años, las plantas fueron el primer reino de organismos complejos que lograron colonizar el medio terrestre. Provenientes de la evolución de las algas verdes marítimas, salieron de los océanos para establecerse en la solidez de la tierra. Y en esta, a pesar de sufrir muchísimas modificaciones, conservaron la mejor herencia que podían obtener de sus antepasados: la fabulosa capacidad de extraer energía del Sol, la fotosíntesis.
Con la casi inacabable energía de una estrella, captaron la luz para volverla energía química, alimentándose a sí mismas y permitiendo su desarrollo. De modo indirecto, posteriormente, esto permitió proveer de energía a casi todo el resto de la biosfera (en tanto son la base de la cadena alimenticia), junto con producir moléculas indispensables para una infinidad de seres vivos (como el oxígeno de la fotosíntesis).
ii) Plantas vasculares
Pero fuera ya del medio acuoso, las primeras plantas herbáceas tuvieron que mejorar las pequeñas raíces o “rizoides”, para conseguir aferrarse mejor a la tierra y adquirir los nutrientes que antes sencillamente flotaban en su entorno acuoso. De ahí que —420 millones de años atrás— se produjera una primera gran modificación evolutiva, emergiendo las “Plantas vasculares”, las cuales contaron con 3 órganos fundamentales que predominan en el Reino de las Plantas hasta hoy: raíz, tallo y hojas.
Las raíces, que aferraban la planta a la tierra, extrajeron y almacenaron agua y nutrientes minerales esenciales para su subsistencia. Los tallos —pugnando con la fuerza de gravedad— la elevaron al cielo, más cerca de la luz del sol, transportando siempre todos los compuestos necesarios que requería el cuerpo íntegro de la planta, como un auténtico sistema circulatorio. Las hojas, por último, se especializaron principalmente en la captación de luz; repletas de cloroplastos —los organelos agentes de la fotosíntesis— ampliaron su potencial energético.
Primeros bosques se vuelven posibles gracias a la estructura de las plantas vasculares (Cambpell, 588). Imagen: Primeros Bosques en el Devónico (Mikko H. Kriek)
iii) Plantas con semilla
Sin embargo, hasta ese momento, las plantas seguían reproduciéndose por medio de esporas, las cuales requerían un medio aún bastante acuoso y con distancias cortas para unirse. Pero hace 360 millones de años, se produjo otro cambio evolutivo fundamental cuando se consiguió un modo más eficiente de fecundación. Las nuevas “Plantas con semillas”, en las cuales el embrión va recubierto por un saco nutritivo y protector, avanzaron hacia un sistema de reproducción de largo alcance.
En efecto, las semillas son consecuencia del nuevo mecanismo de polinización, el cual permitió unir un gametofito masculino (polen) con uno femenino (óvulo) a inmensas distancias y sin necesidad de agua como canal de transporte. Así, aprovechando fenómenos naturales como el viento, o el transporte por otras especies animales, trasladaron por kilómetros lo que antes era solo posible en unos pocos centímetros.
Semilla: “Embrión empaquetado con un suplemento de nutrientes dentro de un saco protector” (Campbell 579). Fotografía de Uli Westphal
Y también las propias semillas —con sus embriones ya fecundados— consiguieron desplazarse de diversas formas. Primero, en el filo de las gimnospermas (“semilla desnuda”), con semillas expuestas al medio pero protegidas (por ejemplo, por medio de conos) para alcanzar el momento adecuado y caer por gravedad (y en algunos casos movilizadas por el viento). Pero el cambio más notorio se consiguió tiempo después con el filo de las angiospermas (“semilla en recipiente”) al conseguir —como llamara Maurice Maeterlinck— una auténtica “inteligencia” para reproducirse por medio de sus flores y enviar a grandes distancias sus semillas utilizando frutos.
“Toda semilla que cae al pie del árbol de la planta es pérdida o germinará en la miseria. De ahí el inmenso esfuerzo para sacudir el yugo y conquistar el espacio. De ahí los maravillosos sistemas de diseminación, de propulsión, de aviación, que en todas partes encontramos en el bosque y en el llano (…) mil mecanismos inesperados y asombrosos, pues puede decirse que no hay semilla que no haya inventado algún procedimiento particular para evadirse de la sombra materna.” (Maeterlinck, La inteligencia de las flores 25)
iv) Plantas con Flores
Así, 140 millones de años atrás, las nuevas “Plantas con Flores” alcanzaron una estructura evolutiva tan exitosa que representa hasta hoy más del 90% de todas las plantas existentes. La flor atrajo con sus colores, fragancias y néctar a muchas especies del Reino Animal; a cambio, estas cargaron su polen y lo esparcieron con gran precisión a las plantas floridas que esperaban su recepción.
Polilla Cocytius antaeus visita una orquídea fantasma, una flor rara que florece de noche (Mac Stone en Nature)
Los estambres de las flores cargadas de polen, acariciaron un sinfín de tipos de aves, insectos e incluso mamíferos (como el murciélago), depositando su contenido para que llegaran a los carpelos de otra flor. El carpelo se extendería luego hacia su interior, para fecundar los óvulos del ovario, creando así semillas que portarían estos nuevos embriones.
Toda la variedad de colores y formas que apreciamos hoy, es la variedad de increíbles soluciones que encontraron las plantas para conseguir este objetivo, siempre en una estrecha relación cooperativa con otras clases de vida.
“Cada flor tiene su idea, su sistema, su experiencia adquirida, de la que se aprovecha. Examinando de cerca sus pequeñas invenciones, sus procedimientos diversos, se recuerdan esas interesantísimas exposiciones de máquinas en que el genio mecánico del ser humano revela todos sus recursos. Pero nuestro genio mecánico data de ayer, mientras que la mecánica floral funciona desde hace millares de años. Cuando la flor hizo su aparición en la Tierra, no había en torno de ella ningún modelo que poder imitar; tuvo que inventarlo todo.” (Maeterlinck, 62)
Naturalista Maria Sibylla Merian, Nuevo libro de flores (1680)
Pero aún hay más. La flor fecundada se transforma después en un fruto. El fruto se encarga de proteger la semilla, pero sobre todo de propagarla de diversas maneras.
Su variedad, como es de esperar, no es mero azar, pues cada una ha evolucionado en relación a su entorno natural y otras especies: el fruto del arce gira con el viento, el coco navega por las aguas; el abrojo y sus espinas se cuelgan de un animal en movimiento y, por supuesto, las más sabrosas y nutritivas frutas dejan sus semillas dentro de quienes las comen, para que luego las abonen en lejanas tierras.
“El pájaro se come el fruto porque es dulce y se traga al mismo tiempo la semilla, que es indigestible. El pájaro vuela y devuelve poco después, tal como la recibió, la semilla desembarazada de su vaina y dispuesta a germinar lejos de los peligros del lugar natal.” (Maeterlinck, 27)
2. La sabiduría de las plantas (algunas pistas)
“Quiero simplemente llamar la atención sobre algunos acontecimientos interesantes que pasan a nuestro lado, en este mundo que nos creemos, demasiado vanidosamente, privilegiados.” (Maeterlinck, 51)
Las plantas, en su aparente inmovilidad, crecen. No en un frenesí acelerado, como el que agita al ser humano hoy, sino en la paciencia y el ritmo sereno que permite a la raíz crear su fundamento. Un ritmo que, al unísono de aquella base, levanta tallo, rama y hojas hacia lo alto del cielo. Porque no se apura lo que madura bien y solo en la tranquilidad de la hoja abierta, llega la energía justa para lo que crecerá en armonía hacia el futuro.
Las plantas erguidas dejan fluir sus nutrientes terrestres desde la raíz a las hojas; y, luego, de las hojas, que acogen la luz, retornan por el tallo y de vuelta hacia la raíz. Por completo opuesto, el ser humano explota la tierra en búsqueda de infatigables energías, doblando el tiempo mismo, estresando las fuentes de sus recursos, y retornando tanto desechos como útiles que solo sirven a más utilidades sin horizonte. ¿Qué flores y qué frutos, qué semillas se pueden esperar de un proceder como este?
Porque las semillas cuidan lo que viene, protegiendo, nutriendo, y permitiendo un viaje sobre lo que ya estaba arraigado. Pero la humanidad sigue afanada por explotar el planeta sin control, esperando lanzar viajeros al espacio, sin saber en el fondo para qué, solo repitiendo lo mismo fuera, sin atención a su alrededor.
Las plantas, por el contrario, comenzaron escuchando la danza del viento, y elevaron sus semillas; se percataron luego de que no habitaban solas, tornándose a la cooperación con los otros. Y al final de su recorrido, ofrecieron frutos a otros reinos que de vuelta agradecieron trasladando y protegiendo sus retoños.
Ernst Haeckel
Y nada de repetir lo mismo. Porque las plantas han llevado flores y aromas de incontables variedades, todos vinculados a los destinos de otras formas de vida. Al contrario, el imperio de lo mismo, la enérgica replicación de lo inerte, solo se expande en un ser sin raíz y sin paciencia para permitir que algo crezca en contacto con lo que es múltiple y cambia. Las plantas lograron su eclosión, silenciosas, escuchando el zumbido de la abeja, el aleteo del picaflor, el eco del murciélago. Porque las plantas aprendieron a hablar mil idiomas, y no les interesó nunca llegar a una lógica estandarizada o a un “idioma oficial”.
Raíces, tallos, ramas y hojas. El astro en lo alto como su fuente y guía. Semillas, polen, flores y frutos: ¿no hay acaso en el largo camino del Reino de las Plantas una auténtica sabiduría?
Porque ahí están, en abundancia en el planeta de hoy. No son una utopía, sino una realidad materializada a nuestro alrededor. Y quizás el fruto más importante que nos dejan, es aquel que se ha ido labrando por millones de años, uno que muestra el verdadero significado del crecimiento y la madurez, uno ajeno por completo al cambio acelerado y caprichoso que se impulsa solo por voluntad de poder, energías y expansión sin horizonte significativo.
Las plantas habitan el mundo tocando la Tierra, creciendo hacia el cielo, vinculándose con lo otro y recibiendo siempre su impulso del astro que las rodea. Las plantas, en fin, son las únicas que parecen comprender mejor el llamado del infinito y las estrellas sobre nosotros; son las únicas que —en definitiva— se elevan.
Tipo ideal de los vegetales (1864) P. J. François Turpin
PD: La Metamorfois de las plantas – J W Goethe *
>Semejantes las formas, no son jamás iguales, y así denuncian toda alguna ley secreta, algún sacro misterio. ¡Oh amada!, yo quisiera, poderte descifrar al punto tal enigma. >Repara cuál las plantas, por trámites graduales, la flor nos dan primero, y luego el fruto brindan. >De la simiente salen, no bien ufana echólas a la vida la tierra que en su fecundo seno abrígolas a un tiempo y de las tiernas hojas la sutil estructura, encomendó el hechizo de la luz, la luz sacra, eternamente activa. >Sencilla en la simiente la fuerza dormitaba, un dechado incipiente allí latía, encerrado en sí mismo, encogido y dentro de su envoltura, hoja, raíz y germen, incoloros, informes; tal seco de la vida consérvase el meollo y germina, ganoso por subir a la suave humedad de la tierra sus anhelos confía; y al punto, de la sombra que le circunda, elévase. (…)”
Referencias
- Campbell y Reece. Biología. Editorial Panamericana, 2005 (7a edición).
- Maeterlinck, Maurice. La inteligencia de las flores. Taller de edición Rocca.
- Goethe. La metamorfosis de las plantas.