1. La lucha entre las concepciones del mundo
“Así como la tierra está cubierta de innumerables formas vivientes, entre las cuales acontece una lucha constante por la existencia y el espacio para su propagación, del mismo modo se desarrollan en el mundo de los seres humanos las formas de visión del mundo y luchan entre sí por el dominio del alma” (Dilthey, Teoría de las concepciones del mundo 47).
Desde sus orígenes el ser humano ha formado concepciones del mundo para dar respuesta a algunos de los problemas más importantes de su existencia: ¿qué somos?, ¿qué es el mundo?, ¿qué debemos hacer en este? Pero en el desarrollo histórico de estos intentos, lejos de una convivencia dialogante entre posturas, se ha dado un antagonismo lleno de pugnas fervientes y muchas veces violentas.
Para el filósofo Wilhelm Dilthey, una de las razones de estas luchas se explica por la íntima implicación de las concepciones de mundo en la vida humana. Estas, dice, no son simples posturas intelectuales, sino que se originan y repercuten en la experiencia vital de los individuos.
Las ideas del mundo implican, por supuesto, pensamientos, pero también se fraguan en sentimientos, valoraciones, y voluntades. El desencuentro, por este motivo, va mucho más allá de una mera disputa de ideas.
Pero hay más. La pugna entre cosmovisiones también ocurre porque cada postura se autoafirma —declaradamente o no— como verdad completa, derivando en la negación total de toda otra concepción antagónica. Y aquí es donde Dilthey responde categóricamente: no hay sistemas de verdad absoluta.
Aunque las concepciones del mundo toquen algo de lo real, siempre dependerán de la experiencia de vida de los individuos, así como también de la época histórica a la cual pertenecen.
2. Las concepciones del mundo se originan en la experiencia de vida
“La última raíz de la visión del mundo es la vida. Esparcida sobre la tierra en innumerables vidas individuales” (Dilthey, Teoría 40).
Cada ser humano desde su nacimiento se enfrenta a una realidad desordenada, cambiante y caótica. Frente al urgente problema de dar un sentido mínimo a lo real y alcanzar una orientación básica para vivir, se ve empujado a adoptar una concepción del mundo que otorgue orden y sentido a su vida.
Se trata de dar respuesta a lo que Dilthey llama el “enigma o misterio de la vida”:
“De las cambiantes experiencias vitales surge, para la inteligencia que se dirige a la totalidad, la faz de la vida llena de contradicciones (…) El alma intenta reunir en una totalidad las relaciones vitales y las experiencias fundadas en ellas…” (Dilthey, Teoría 43).
Los individuos experimentan sus cursos vitales de múltiples formas. Cada historia personal, dice Dilthey, lleva a adoptar a lo largo de la vida distintas actitudes, verdaderos temples de ánimo que obrarán como sustrato inicial para adoptar una u otra concepción del mundo. La experiencia vital crea una tensión, en ella se busca dar sentido a lo que se vive, una coherencia y significado básico capaz de brindar solidez y tranquilidad interior frente a un mundo complejo y en constante cambio.
“El alma, acosada por el incesante cambio de las impresiones y de la suerte y por el poderío del mundo exterior, tiene que aspirar a una firmeza interna para oponerse a todo esto; así, la variación, la inconsistencia, lo lábil y fluctuante de su situación, la impulsan a valoraciones permanentes de la vida y a fines constantes” (Dilthey, Teoría 47).
Pero la “experiencia de vida”, fuente de la concepción del mundo, no es un simple sistema de pensamientos o una colección de ideas. En realidad, se trata de algo “orgánico a la vida” que abarca “también las dimensiones de la voluntad y los sentimientos” (TC 92). La vida se despliega en pensamientos, pero también en anhelos, deseos, sensaciones, actitudes, apreciaciones y finalidades.
Y es en la unidad integral de todas estas experiencias —la “omnímoda conexión de la mente” como lee Ortega a Dilthey (KHD 197)— en donde radica el principio capital de la formación de las concepciones del mundo:
“Las ideas del mundo no son productos del pensamiento. No surgen de la mera voluntad de conocer. La comprensión de la realidad es un momento importante en su formación, pero sólo uno de ellos. Brotan de la conducta vital, de la experiencia de vida, de la estructura de nuestra totalidad psíquica” (Dilthey, Teoría 49).
Así pues, la biografía íntima de cada humano es fuente de su concepción de mundo. Ideas, sentimientos, deseos y todo lo que lo ha marcado, lo inclinan hacia un orden y significado sobre el mundo y su propio ser.
Sin embargo, y esto es fundamental, la concepción del mundo no radica en la mente aislada del individuo. Concluir esto conduciría a un psicologismo ajeno al pensar de Dilthey. Hay que avanzar un paso más: aunque la concepción del mundo se origina en la vida humana, la vida humana es esencialmente histórica.
3. La experiencia de vida es esencialmente histórica
“…el sentido y el significado surgen primeramente en el hombre y su historia. Pero no en el hombre individual, sino en el hombre histórico. Pues el hombre es algo histórico…” (Dilthey, Mundo histórico 318).
La experiencia de vida no surge de la nada o de la pura interioridad individual. El sí mismo nace y se desarrolla en un mundo ya existente compartido con otros.
El ser humano nace en un mundo en curso, donde el pasado aún obra, y donde las generaciones previas han dejado un legado de incontables creencias que lo permean. De modo análogo, cada persona convive con sus contemporáneos, comunicando e intercambiando ideas, sentimientos y valoraciones. Y, aunque es innegable la biografía y experiencia única de cada quien, no puede obviarse la esencial pertenencia a los otros y a la historia humana de la cual todos surgen.
Pero así como la historia conserva el pasado en el presente, formando al ser humano en su interior, también esta se encuentra sujeta a constantes cambios epocales. Nuevos descubrimientos, nuevas ideas, nuevas valoraciones. Las concepciones del mundo no pueden conservarse intactas cuando la experiencia vital de los individuos se ve sacudida a través de los siglos. Y es por esto que Dilthey afirma la intrínseca historicidad del ser humano: su ser es pasado, pero también es cambio y futuro.
Así, cualquier concepción del mundo que pretenda una verdad completa y acabada, estará equivocada. No puede haber una verdad definitiva sobre el mundo y la realidad humana cuando esta es de suyo proceso y cambio inesperado.
Ahora bien, lo anterior no implica un relativismo de posturas vacías. Para Dilthey el saber del mundo y el ser humano es posible, pero histórico. Los últimos siglos han permitido una conciencia histórica sobre los constantes cambios de concepciones del mundo. En estas se aprecia un curso de variados y genuinos intentos por resolver el enigma de la vida, que aunque siempre tocan algo de la realidad, fallan cuando pretenden poseer toda la verdad.
“… todas las visiones que se dan en la historia son verdaderas ─o pueden serlo─, pero ninguna es «la verdad», porque todas son parciales; ninguna agota la realidad, y su error es pretender suplantarla, erigirse en absolutas y únicas” (Marías en Ortega y Gasset, Kant, Hegel y Dilthey 30).
4. Concepciones del mundo hoy: ¿quién posee la verdad?
¿Podemos hacer el mismo ejercicio de conciencia histórica para nuestra época y para nosotros mismos? ¿Reconocer que nuestras concepciones de mundo no son solo fruto del intelecto en búsqueda de conocimiento?
Porque es más fácil ver la irracionalidad de las pugnas del pasado que las del presente. Pero cuando nos toca revisar nuestras más profundas creencias —aquellas que ordenan y dan un sentido a nuestro mundo— resulta arduo reconocer que puedan ser falibles, que puedan estar equivocadas. Y más aún cuando esto nos obliga a pensar que posturas antagónicas puedan también tener algún trozo de verdad.
La meditación sobre el origen de las concepciones del mundo colabora a salir de nuestros propios dogmatismos. Nuestra mirada del mundo no es la única ni podrá ser nunca la forma total y definitiva de entenderlo. La adopción de una actitud histórica sobre la búsqueda del saber puede abrir una prudente modestia en todo intento por responder las preguntas fundamentales de la humanidad. Se debe dejar de lado, al fin, el error crítico señalado por Dilthey, la soberbia pretensión —declarada o no— de estar en posesión de una verdad final.
“La conciencia histórica de la finitud de toda manifestación histórica, de todo estado humano y social, de la relatividad de todo género de creencia constituye el último paso para la liberación del ser humano (…) el espíritu se hace soberano frente a las telas de araña del pensamiento dogmático…” (Dilthey, Mundo 318).
Referencias
Dilthey, Wilhelm. Teoría de las Concepciones del Mundo. Editorial Altaya / Alianza, 1997.
Dilthey, Wilhelm. Mundo Histórico. Editorial Fondo de Cultura Económica.
Ortega y Gasset, José. Kant, Hegel y Dilthey. Introducción por Julián Marías. Madrid: Revista de Occidente, cuarta edición.
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- Los tipos de vision del mundo y su desarrollo en los sistemas metafísicos, Wilhelm Dilthey, Revista de Occidente (1974)