Erich Fromm: patología de la normalidad

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“Nada es más común que la idea de que las gentes que viven en el mundo occidental del siglo xx están eminentemente cuerdas.” (Ps 11)

Para Erich Fromm las ideas de salud mental y normalidad han quedado ligadas estrechamente (tanto por el sentido común como por una parte de  los especialistas) bajo el criterio de adaptabilidad de los individuos a la sociedad a la cual pertenecen. Por esta razón, a la mayor parte de la población que funciona y actúa normalmente se las tiende a considerar no solo como “normales” sino también como “sanos” mentalmente.

Sin embargo,  la llamada “normalidad” está muy lejos de ser incuestionable respecto a su supuesta cordura. En efecto, como se verá, esta “salud mental” de la norma puede llegar a ser en muchos casos sumamente perjudicial para los individuos y la sociedad en general. De aquí que para Fromm resulte necesario revisar, antes que la patología individual, las patologías propias de la normalidad. 

¿Una sociedad sana?

 “La validación consensual, como tal, no tiene nada que ver con la razón ni con la salud mental (…) El hecho de que millones de personas compartan los mismos vicios no convierte esos vicios en virtudes; el hecho de que compartan muchos errores no convierte a éstos en verdades” (Ps 20)

Fromm muestra cómo comportamientos normalizados han significado grandes desastres en la historia y cómo otros actúan hoy mismo degradando nuestra sociedad.

El ejemplo más evidente se da con las guerras. En éstas la violencia se normaliza al punto de conducir a millones de personas a actuar contra otras bajo ideas irracionales y completamente destructivas. Para Fromm, a lo largo de los últimos siglos, “hemos encontrado el modo de matar a millones de seres humanos” por un procedimiento en el cual sus participantes “creían firmemente que luchaban en defensa propia, por su honor, o que contaban con la ayuda de Dios” tomando a sus enemigos como “demonios crueles e irracionales a quienes hay que vencer para salvar del mal al mundo” (Ps 11).

Pero no hay que llegar a una guerra para reconocer patologías en la normalidad, basta  observar nuestras propias sociedades democráticas y el comportamiento de sus ciudadanos. En ellas vemos conductas “normales” en las cuales los individuos consumen y desechan riquezas frenéticamente (mientras que en otros lugares la escasez resulta mortal); o donde el valioso tiempo libre conquistado gracias a la tecnología no es usado para un enriquecimiento de la propia persona, sino para la dispersión, la distracción y la huida de sí mismo; o también, en el caso del uso de los nuevos medios de comunicación masivo, el atípico uso educativo versus una masiva difusión de una cultura cada vez más acrítica, irreflexiva y superficial.

Podrían darse más ejemplos, pero el punto radica en reconocer que la normalidad no es sinónimo de cordura ni tampoco de salud mental. El consenso tácito de las formas de comportamiento “normal” puede sostener un tipo de vida y sociedad que resulta incapaz de dar respuestas plenas a las necesidades y exigencias fundamentales del ser humano,  dando como resultado una forma de vida empobrecida:

“Hoy nos encontramos con personas que obran y sienten como si fueran autómatas; que no experimentan nunca nada que sea verdaderamente suyo; que se sienten a sí mismas totalmente tal como creen que se las considera; cuya sonrisa artificial ha reemplazado a la verdadera risa; cuya charla insignificante ha sustituido al lenguaje comunicativo; cuya sorda desesperanza ha tomado el lugar del dolor auténtico.” (Ps 21)

Exigencias fundamentales del ser humano

Fromm es consciente de la dificultad de definir tajantemente las necesidades fundamentales del ser humano. Sin embargo, está contra todo relativismo sociológico extremo que tome al hombre como mera tabula rasa y en donde una definición de “salud mental” sea imposible e implique aceptar cualquier normalidad dada a través de la historia. Fromm habla de un “humanismo normativo” en el cual se acepta que el ser humano posee ciertas “exigencias básicas de salud y desenvolvimiento humano”, a pesar que éstas se manifiesten en formas específicas según la organización social en la cual se viva. Se trata sobre todo para el ser humano de la exigencia de encontrar soluciones –dentro del acontecer histórico- respecto a su relación con el mundo, con los otros y consigo mismo.

 “La necesidad de encontrar soluciones siempre nuevas -para las contradicciones de su existencia, de encontrar formas cada vez más elevadas de unidad con la naturaleza, con sus prójimos y consigo mismo, es la fuente de todas las fuerzas psíquicas que mueven al hombre, de todas sus pasiones, afectos y ansiedades.” (Ps 28)

Ahora bien, si estas exigencias no hallan verdaderas respuestas dentro de las sociedades en las que se vive, el hombre degenerará y comenzará a comportarse destructivamente consigo mismo o los demás. Sin embargo, la insuficiencia de esas respuestas no implica inmediatamente una crisis evidente para esos individuos, sino que puede permanecer oculta y en funcionamiento por medio de mecanismos que sostienen esa normalidad patológica.

Sosteniendo la normalidad patológica

“Es como si cada cultura proporcionase el remedio contra la exteriorización de síntomas neuróticos manifiestos que son resultantes del defecto que ella misma produce.” (Ps 22)

Las sociedades pueden sostener las conductas perjudiciales de sus miembros por medio de mecanismos que hacen que el individuo no cuestione lo que considera “sano”, “exitoso” o “feliz”. Estos mecanismos, dice Fromm, serían capaces de prevenir la enfermedad total del individuo (que implicaría parálisis en el funcionamiento social) por medio de una “modelación” de esas conductas o rasgos del carácter que hace que parezcan verdaderas “virtudes humanas” o claves para el “éxito” social  (p.e: la agresividad competitiva como virtud para “triunfar”).

Y para lidiar con el malestar que implicaría dichas conductas defectuosas normalizadas, no solo se otorgaría una sensación compensatoria de “éxito” al individuo, sino que además se contaría con una enorme gama de “opiáceos” para mantener a raya la queja de fondo.

Esto último ha quedado muy bien reflejado en la literatura de las distopías escritas en la misma época en que Fromm escribía su obra. Huxley, por una parte, con el “soma”, medicamento de evasión máxima de los sentimientos potencialmente críticos:

Estás melancólico, Marx. —La palmada en la espalda lo sobresaltó. Levantó los ojos. Era aquel bruto de Henry Foster—. Necesitas un gramo de soma.
—Todas las ventajas del cristianismo y del alcohol; y ninguno de sus inconvenientes.
«¡Ford, me gustaría matarle!». Pero no hizo más que decir: «No, gracias», al tiempo que rechazaba el tubo de tabletas que le ofrecía.
—Uno puede tomarse unas vacaciones de la realidad siempre que se le antoje, y volver de las mismas sin siquiera un dolor de cabeza o una mitología.
—Tómalo —insistió Henry Foster—, tómalo.
—La estabilidad quedó prácticamente asegurada.
—Un solo centímetro cúbico cura diez sentimientos melancólicos —dijo el Presidente Ayudante, citando una frase de sabiduría hipnopédica.
(Un mundo feliz, p 76)

Y, por otra, Bradbury, con las “paredes” inundadas de televisores, que no dejan pensar ni decir nada con sentido, manteniendo lejos la crítica y la disconformidad con la normalidad establecida:

“—Nadie escucha a nadie. No puedo hablarle a las paredes [televisores]. Las paredes me gritan. No puedo hablar con mi mujer; ella escucha a las paredes. Quiero alguien que oiga lo que tengo que decir. Y quizás, si hablo lo bastante, adquiera sentido” (Fahrenheit 451, p 100)

En suma, Fromm evidencia la necesidad fundamental de mantener bajo crítica y revisión constante aquello que solemos tomar por “sano” o “cuerdo” únicamente por ser lo “normal”. En efecto, la normalidad no garantiza nada, sino solo el funcionamiento sostenido de un tipo de vida y sociedad determinada. Si dicha sociedad muestra rasgos perjudiciales o directamente destructivos, dicha sociedad -y la normalidad que la constituye- debe volverse cuestionable. Y así, solo de ese modo, la idea de una “salud mental” para el ser humano podría tener sentido como capacidad para lidiar con sus exigencias fundamentales, y no, por el contrario, como pura habilidad adaptativa para repetir la norma de una sociedad que difícilmente puede ser llamada “sana”:

“(…) el criterio para juzgar de la salud mental no es el de la adaptación del individuo a  un orden social dado, sino un criterio universal, válido para todos los hombres: el de dar una solución suficientemente satisfactoria al problema de la existencia humana” (Ps. 20)

Referencia

– [Ps] Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, Erich Fromm. Ed. Fondo de cultura económica. 

Un mundo feliz, Aldous Huxley. Ed. Penguin Random House

Fahrenheit 451, Ray Bradbury. Ed. Planeta

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¿Puede estar enferma una sociedad? Patología de la normalidad (Fromm) Ver aquí

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Publicado por

T.M.

Escritos: Tomás M. Revisión: Catalina L. (ver más)

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