Para Ortega y Gasset “no hay hombre sin técnica”. Éste se ha conducido desde sus inicios como un “reformador de la naturaleza”. Sin embargo, ha llegado hoy en día a un punto en que el gran poder técnico que ha conseguido lo ha arrastrado a una situación paradojal: el no saber qué hacer consigo mismo.
Técnica: la reforma de la naturaleza para el proyecto humano
Desde sus inicios el ser humano se ha afanado por estar en el mundo, por mantenerse o sobrevivir en él. Si acaso la naturaleza no llega a proveerle espontáneamente aquello que necesita, éste no se resigna sin más, sino que actúa enérgicamente fabricando las condiciones para obtener aquello que le ha sido negado:
El hombre, en cambio, dispara un nuevo tipo de hacer que consiste en producir lo que no estaba ahí en la naturaleza, sea que en absoluto no esté, sea que no está cuando hace falta (p. 24).
Es este hacer el que llamamos propiamente “acto técnico”. Es éste el que posibilita que el ser humano sea tal, por cuanto lo emancipa de la necesidad de tener que ocuparse incesantemente de sus necesidades básicas, abriendo un nuevo tiempo y disponibilidad de energías para ocuparse de lo que le es esencial: su propio ser.
En efecto, el ser humano no tiene hecho ya su ser y “quiera o no, tiene que hacerse a sí mismo, autofabricarse”. Ahora bien, este hacerse nunca es mero capricho de cualquier posibilidad, sino más bien implica siempre un programa o proyecto de vida que, más allá del puro sostenerse para estar en el mundo (sobrevivir), apunta a un bienestar en éste.
El bienestar y no el estar es la necesidad fundamental para el hombre, la necesidad de las necesidades (p. 32).
Pero programas y proyectos de bienestar han existido muchos a lo largo de la historia, por lo que las necesidades técnicas han variado tanto como las creencias que se han tenido respecto a qué tiene que ser el ser humano. Es por esto que Ortega pone especial énfasis en que la técnica no se ha desarrollado en un simple y continuo “progreso histórico”, sino que cada época, con su propia idea de bienestar, ha llegado a determinar distintamente el tipo de técnica y la importancia relativa que tiene.
El que hoy sintamos en forma extrema (…) el afán de invenciones, no debe hacernos suponer que siempre ha sido así (p. 36).
Así, por ejemplo, puede verse cierto contraste entre la especial atención de las culturas orientales en torno al desarrollo de técnicas para el cultivo del alma, versus el esfuerzo más típico de occidente por producir técnicas dirigidas a la explotación y dominación de la naturaleza que nos rodea.
A partir de esto último, Ortega considera que hemos llegado a establecer una relación tan especial con la técnica, que ésta se ha visto transformada de manera sustancial. Es tan importante este cambio que considera que no podemos sino referirnos a nuestro tiempo como una verdadera “Edad de la Técnica”.
La técnica de hoy: poder serlo todo y no ser nada
Para Ortega es posible distinguir tres estadios históricos generales de la técnica de nuestra cultura: la del azar, la del artesano y la del técnico.
Con “técnica del azar” quiere decir que los descubrimientos técnicos llegan sin que se los haya buscado deliberadamente, aparecerían azarosamente dentro de la naturaleza, por lo que serían más bien tomados como dones de ésta para el ser humano y no una capacidad desarrollada directamente por él.
El hombre, pues, no se sabe a sí mismo como inventor de sus inventos. La invención le aparece como una dimensión más de la naturaleza –el poder que ésta tiene de proporcionarle, ella a él, y no al revés, ciertos poderes (p. 85).
Posteriormente, “la técnica del artesano” ampliaría el repertorio de las técnicas ya poseídas, requiriéndose individuos especializados para ocuparse de ellas. Sin embargo, a pesar de esa acumulación y especialización, se sigue considerando ese saber técnico como un tipo de sistema de artes fijas, que se aprenden y heredan de generación en generación sin una conciencia o deliberación orientada a innovar sistemáticamente sobre sus posibilidades.
Por último, en la “técnica del técnico” se llega a una plena conciencia de la capacidad técnica como tal, provocando una nueva circunstancia para el ser humano. Por una parte, adquiere conciencia de un poder ilimitado para reformar la naturaleza. En efecto, ahora es posible buscar deliberada y sistemáticamente soluciones para todos los problemas que presente el mundo que nos rodea, y esto en consideración de un método que permite un desarrollo constante de las técnicas disponibles hasta una evolución prácticamente ilimitada. Por otra parte, los instrumentos ya no son como los del artesano, los cuales se usaban como suplementos para sus tareas, sino que cobran la forma de la máquina automatizada cuyo rol es absolutamente predominante en su relación con el ser humano:
En la artesanía el utensilio o trebejo es sólo suplemento del hombre. Este, por tanto, el hombre con sus actos “naturales”, sigue siendo el actor principal. En la máquina, en cambio, pasa el instrumento a primer plano y no es él quien ayuda al hombre, sino al revés: el hombre quien simplemente ayuda y suplementa la máquina. (p. 90)
La indeseable paradoja a la cual llega el ser humano por esta nueva y radical circunstancia es que, tanto absorto en la servidumbre de lo maquinal, como abrumado ante el gran poder de posibilidades que le ofrece la nueva técnica, cae y deriva en una incapacidad creativa para hacer o “fabricar” su propio ser, es decir, se vuelve incapaz para determinar el contenido de su propia vida. Ortega lo describe con gran lucidez:
El hombre está hoy, en su fondo, azorado precisamente por la conciencia de su principal ilimitación. Y acaso ello contribuye a que no sepa ya quien es –porque al hallarse, en principio, capaz de ser todo lo imaginable, ya no sabe qué es lo que efectivamente es. (…) Porque ser técnico y sólo técnico es poder serlo todo y consecuentemente no ser nada determinado. De puro llena de posibilidades, la técnica es mera forma hueca –como la lógica más formalista-; es incapaz de determinar el contenido de la vida. Por eso estos años en que vivimos, los más intensamente técnicos que ha habido en la historia humana, son de los más vacíos. (p. 92)
A pesar de lo anterior, Ortega en ningún caso arremete contra la técnica. Por el contrario, aboga por su cuidado, pues es la técnica la que permite que el humano pueda tener la posibilidad de ocuparse de hacer su ser y, por lo mismo, ser humano como tal. Si se llegara a olvidar esta radical importancia de la técnica, el mundo tal como lo conocemos y las posibilidades que nos otorga –a pesar de todo- no serían posibles.
El punto pasa más bien por encontrar una correcta relación con la técnica, en la cual ésta nos permita liberarnos para crear un auténtico proyecto vital que se aleje por completo de la pura servidumbre funcional de lo maquinal de la época. Sin la meditación sobre esta condición y la respuesta que requiere del ser humano, “toda la fabulosa potencialidad de nuestra técnica parece como si no nos sirviese de nada” cuando ésta debería ser precisamente la que da franquía al ser humano para ser sí mismo.
Referencia
– Meditación de la técnica, Ortega y Gasset, Revista de Occidente (5ª ed 1964)
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Sobre la vigencia de estas meditaciones orteguianas y comparación con otros pensadores de la técnica: Ortega y Gasset, meditador de la técnica (J. M. Atencia)
Un pensamiento en “Ortega y Gasset: técnica y ser humano”