“En todas las fases de su existencia la máquina ha encontrado antipatías y oposiciones, ha suscitado reacciones, algunas débiles, otras histéricas, otras injustificadas y otras que, por su naturaleza, son tan inevitables y justas, que no es posible encarar el futuro de la máquina sin tenerlas en cuenta” (Mumford, p. 38).
En el origen de la revolución industrial, cuando las primeras máquinas comenzaban a ocupar un rol protagónico en la producción, se produjo la primera rebelión contra la sustitución del ser humano por la máquina.
Esta rebelión, conocida como “ludismo”, se opuso enérgicamente al nuevo despliegue tecnológico sin control. Pero, contrario a lo que suele pensarse, no se trató de una mera respuesta tecnofóbica. El movimiento estaba motivado por el daño que se había ocasionado a los trabajadores en medio de una implementación industrial sin regulación.
El problema del ludismo cobra especial importancia hoy. Con el rápido apogeo de nuevas tecnologías de automatización, no parece evidente que el remplazo de trabajadores vaya a ser compensado suficientemente y a tiempo. Sin desconocer el beneficio que puedan traer dichas tecnologías en el futuro, tampoco pueden introducirse olvidando a aquellos que puedan verse perjudicados durante su implementación, tal como ya ocurrió en el pasado.
Miseria – “No somos capaces de proporcionar los medios de vida suficientes para subsistir” (trabajador en Yorkshire)
Todo comenzó en Inglaterra, en pleno auge de la primera revolución industrial. Con la introducción de las nuevas máquinas propulsadas por la máquina de vapor, se produjo un sostenido remplazo y disminución de la demanda de trabajadores.
Creció el desempleo y las condiciones de trabajo empeoraron. Disminuyeron los sueldos, se extendieron las jornadas de trabajo, se tuvo a los trabajadores en condiciones de hacinamiento y bajo una acelerada presión de trabajo incomparable a los ritmos del campo o de la labor artesana. Incluso no hubo escrúpulos para que se normalizara la explotación del trabajo infantil. Todo quedaba subordinado a la eficiencia de la nueva industria en surgimiento, sin importar el efecto humano, la miseria y la desesperanza provocada:
“Tenemos que trabajar de catorce a dieciséis horas diarias y con todo este sudor y esfuerzo no somos capaces de proporcionar los medios de vida suficientes para subsistir. Cuando salimos del trabajo ya de noche nuestra capacidad sensorial se encuentra extenuada por la fatiga… no tenemos tiempo para ser sensatos, ni tiempo libre para ser buenos; estamos hundidos, deprimidos, castrados, enervados por el esfuerzo; incapaces de virtud, sin fuerzas para nada que se suponga beneficioso para nosotros en el presente o en cualquier periodo futuro” – Testimonio de trabajador en Yorkshire (1).
Detonación – “Que se apruebe la ley que elimine toda máquina perjudicial” (Ned Ludd)
Junto al malestar acumulado desde fines del siglo XVIII se sumaron a comienzos del XX otros factores que agravaron aún más la situación. En Inglaterra, las malas cosechas, las nuevas restricciones de libertad política y el bloqueo económico impuesto por Napoleón intensificaron la crisis.
Así, con un desempleo y miseria agravados, comenzaron a producirse las primeras manifestaciones espontáneas de rebelión. El 12 de abril de 1811, 300 obreros, armados con mazos, atacaron y destruyeron la fábrica de hilados de William Cartwright ubicada en Nottinghamshire (2).
Y mientras los primeros ataques fueron espontáneos, los siguientes comenzaron a adquirir un carácter cada vez más organizado. En el mismo periodo, habían comenzado a enviarse una serie de cartas de amenaza a los distintos dueños de fábricas. En estas aparecía la figura que consiguió unir a todo el movimiento. De origen probablemente imaginario y mítico, el “Rey” o “General Ludd” llamaba a una rebelión armada contra las máquinas.
“Nunca depondremos nuestras armas hasta que se apruebe la ley que elimine toda máquina perjudicial para la comunidad (…) Pues nosotros, nosotros no pedimos nada más. Si no lo conseguimos, lucharemos.
Firmado por el General de los Tejedores.
Ned Ludd Clerk” (1).
Aquí cabe reparar en las palabras de la misiva. El ludismo no fue una mera tecnofobia indiscriminada (como a veces se lo suele mostrar), sino una reacción específica contra las “máquinas perjudiciales para la comunidad”. El problema radicaba en cómo se habían implementado las nuevas tecnologías industriales.
Pero, por otro lado, los intereses de los grupos dominantes serían determinantes. El gran beneficio económico que les traía la industrialización, junto con una ideología instalada de que este era el camino auténtico del “progreso”, los dispuso a un rechazo igualmente enérgico contra aquellos que se rebelaban.
Para pensadores como Lewis Mumford (Técnica y Civilización), la idea de progreso de esos grupos, sin embargo, se había vuelto demasiado efectista y totalmente reduccionista a aspectos puramente cuantitativos. La vida se reducía a eficiencia; quien no pudiera cumplir con esta, quedaba fuera.
” los procedimientos corrientes se justificaron a sí mismos únicamente en términos de la cantidad de la producción y de los resultados pecuniarios” (Mumford, p. 37).
Represión – “Es más fácil fabricar personas que maquinaria” (Lord Byron)
El amplio apoyo que recibió el movimiento por parte de la población —que tendía a encubrir a los luditas— y el aumento de los ataques, acrecentó el temor entre las clases privilegiadas de una revolución total. Pronto comenzó una enérgica represión.
Mientras que para la guerra externa contra Napoleón se enviaron 10.000 soldados, para la situación interna se utilizaron más de 14.000 efectivos (1). La revolución industrial y sus máquinas no serían coartadas en su impulso total:
“La guerra directa contra la máquina era una lucha despareja, porque los poderes financieros y militares estaban al lado de las clases interesadas en explotar la máquina” (Mumford, p. 39).
La persecución fue implacable. Apoyada ampliamente por el parlamento inglés, en 1812 se aprobó la “Framebreaking Bill”: el ludismo se pagaba con la pena de muerte. Prácticamente, todo el parlamento apoyó la medida, sin atender a las causas de sufrimiento que habían originado la rebelión. Solo Lord Byron se opuso, acusando al resto del parlamento de poner el interés industrial por sobre la vida humana misma:
“Es más fácil fabricar personas que maquinaria. Y más valiosa la mercancía que una vida humana”, y sobre el parlamento: “Quien, cuando se le pide un remedio, lanza una soga-” (1).
En 1813 se produjeron numerosas ejecuciones por la horca, así como deportaciones para hacer trabajos forzados. El movimiento comenzó a ser frenado en los años siguientes y ya en 1816, con el término de las guerras napoleónicas y el aumento de recursos para los problemas internos, el ludismo fue severamente reprimido hasta su eliminación completa. La rebelión del “Rey Ludd” contra las máquinas había acabado.
Inteligencia artificial y situación actual – “Estos sistemas harán que muchos trabajos simplemente desaparezcan” (Sam Altman)
No se puede negar que el desarrollo tecnológico ha traído amplios beneficios. Existen efectos que han terminado por ayudar a todos: aumento de esperanza de vida, disminución de la mortalidad infantil, liberación de trabajos peligrosos, acceso a conocimientos e información, etc. Sin embargo, no se puede dejar de considerar el camino que ha llevado a esos logros: ¿hay “progreso” cuando en el recorrido se perjudica severamente a amplios sectores de la población?
La pregunta tiene plena vigencia hoy. Como ocurrió con el ludismo y la maquinaria industrial del siglo XIX, el inicio del siglo XXI viene abarrotado de nuevas tecnologías que ya han comenzado un intenso remplazo humano. Entre las más destacadas estos años, la inteligencia artificial parece avecinar un futuro de alta sustitución de trabajadores, tal como reconoce uno de sus principales representantes, Sam Altman, CEO de OpenAI:
“Quiero ser claro, creo que estos sistemas harán que muchos trabajos simplemente desaparezcan. Cada revolución tecnológica lo hace.”
Y luego añade, intentando justificar un beneficio posterior:
“Se mejorarán muchos trabajos, se harán mucho mejores, mucho más divertidos, mucho mejor pagados y se crearán nuevos trabajos aún difíciles de imaginar…” – entrevista con Led Friedman (3).
¿Es esta respuesta satisfactoria? Los “trabajos aún difíciles de imaginar” no garantizan que durante el proceso de remplazo no se causen daños graves a las personas, tal como ocurrió en el pasado. ¿Quién se preocupará de aquellos que queden expulsados de las nuevas formas productivas? Parece ilusorio que trabajos que ni siquiera conocemos —en pleno auge de alta automatización— vayan a ser la solución para una situación que incluso se puede agravar.
El ludismo invita a reflexionar lo que acontece. Tal como en ese entonces, no se trata de una burda tecnofobia, sino de una reflexión atenta a los múltiples efectos nocivos —entre ellas el remplazo del trabajo— que pueden provocar las implementaciones tecnológicas sin control. Ni el puro afán de beneficio económico, ni el frenesí tecnológico irreflexivo pueden conducir este proceso. Se requiere, por el contrario, de una marcha meditada que permita comprender las regulaciones necesarias para guiar todo el proceso. Solo así, entonces, el llamado “progreso” tendrá posibilidad de cuidar su carácter propiamente humano, sin caer en derivas indeseadas.
REFERENCIAS
– Técnica y Civilización, Lewis Mumford, Ed. Emecé
(1) Los luditas y la tecnología: lecciones del pasado para las sociedades del presente, Patricia de la Fuente López, IX Jornadas sobre Ciencia, Tecnología y Sociedad: La perspectiva Filosófica (ver)
(2) Luditas, la gran rebelión contra las máquinas del siglo XIX, Ferrán Sánchez, National Geographic (ver)
(3) Will AI take our jobs?, Led Friedman y Sam Altman (ver)