Para Nicolai Abbagnano, el existencialismo, más que una escuela o doctrina filosófica, es un llamado al hombre a adoptar una actitud total respecto de su propia existencia y a salir de la falta de compromiso consigo mismo:
“El existencialismo tiende a sustraer al hombre del indiferentismo anónimo, de la disipación, de la infidelidad a sí mismo y a los otros; tiende a restituirlo a su destino, a reintegrarlo a su libertad” (E 27)
Búsqueda
En primer lugar, Abbagnano señala la condición fundamental para todo ser humano:
“En todos sus aspectos, humildes o elevados, la existencia del hombre es la búsqueda del ser. (…) El hombre busca en todos los casos una satisfacción, un completamiento, una estabilidad que le faltan: busca el ser” (E 14)
Esta búsqueda del “ser”, nos dice, concierne a un “estado” o un “modo de ser” requerido para dar respuesta a las exigencias o necesidades fundamentales de la existencia.
Se trata de una “búsqueda” por cuanto dicho “ser” no está ya dado, sino que “falta” y no se lo “posee”. Este carácter de falta manifiesta cierto límite, “finitud” o impotencia que, aunque pareciera una debilidad, es lo que abriría la posibilidad de un genuino compromiso del ser humano consigo mismo.
Compromiso en la finitud y trascendencia
De este modo, el compromiso en la finitud es tanto aceptación de nuestros límites como reconocimiento de las fuerzas que de esos mismos límites pueden surgir (“los límites que lo condicionan y lo estimulan” (E 15)).
El hombre debe asumir que en su búsqueda le está cerrada la posibilidad de una satisfacción final o total, de una identificación completa con el ser buscado (ilusión que, dice Abbagnano, lo llevaría al extravío). Por el contrario, debe reconocer en esa misma limitación la notable posibilidad del movimiento “de la lucha, la realización de sí y la conquista” versus una “espera demasiado confiada e inerte” de un supuesto estado fijo y definitivo.
Así, este límite de la búsqueda “conviértese en fuerza y potencia” para el ser humano conduciéndolo a una transformación de su actitud desde la cual puede comprometerse con su propia trascendencia, es decir, con el hecho de que puede buscar y elegir su propio “yo” a ser (“El yo mismo es por ello trascendente”).
Este yo, sin embargo, no es un yo fijo o previamente dado (psicológica o antropológicamente), sino un yo que se constituye por las elecciones mismas de la persona. Tampoco se trata de un yo que elije el ser humano por medio de elecciones caóticas y dispersas; por el contrario, lo hace desde una “resolución de ser exclusivamente él mismo hasta el fondo”. Es por esto que Abbagnano señala la importancia de “salir del mundo de la dispersión de los sucesos insignificantes”, reconociendo que la fidelidad consigo mismo “exige la concentración de las propias fuerzas” en la búsqueda de una “tarea propia” que, como se verá, debe vincularse no solo consigo mismo, sino también con los demás.
La importancia de los otros (coexistencia)
Para Abbagnano el compromiso total y la trascendencia plena de sí mismo solo se consuma saliendo del aislamiento humano:
“el significado último de la trascendencia se revela únicamente en la coexistencia” (E 19)
En efecto, una vida confinada al olvido del otro ignora una condición fundamental, a saber, que “el hombre nace del hombre” (E 21). Y es que el ser humano no se hace y elige a sí mismo desde la nada, sino que ha nacido en una comunidad con la cual no solo coexiste sino en la cual ha crecido.
Solo bajo esta comprensión fundamental se vuelve clara “la dignidad y la importancia de los otros con respecto a mi propia existencia”: en la solidaridad, “que apuntala al hombre en su debilidad y en su insuficiencia y lo obliga a devolver a los otros lo que a él le ha sido dado”; en el amor, donde se reconoce “la forma típica del reconocimiento del otro como de un otro sí mismo”; y en la amistad, donde el hombre “multiplica las posibilidades de entendimiento y de encuentro entre hombre y hombre” (E 22).
Destino y libertad
Ahora bien, junto a la condición de nacimiento y coexistencia, Abbagnano señala la importancia clave de la muerte para el ser humano. En ésta yace un “llamado” al hombre que le acompaña durante toda su existencia. La muerte es propiamente un “llamado al futuro” que obliga al hombre a rendir cuentas consigo mismo, esto es, respecto de lo que ha sido, lo que es y puede aún llegar a ser.
En este llamado el ser humano puede alcanzar la máxima relación consigo mismo si atiende a su propio destino. En éste él -trascendiéndose en su futuro ser y en la importancia de los demás- “debe hacerse historia”, alejándose siempre de la dispersión de las posibilidades insignificantes, concentrándose en su tarea y posibilidad más alta:
“En realidad, no hay posibilidad de elección indiferente. Una sola es la posibilidad que me pertenece, y es aquella en que puedo comprometerme apasionada y totalmente.” (E 25)
Solo desde esta posibilidad propia aparece el destino personal. Solo en éste nos relacionamos lúcida, decidida y libremente con el mundo, los otros y su historia. Solo así afrontamos nuestra búsqueda y camino de manera comprometida hasta el final:
“El hombre libre es el hombre que tiene un destino. El destino es la fidelidad a su propia tarea histórica, es decir a sí mismo, a la comunidad y al orden del mundo. La libertad es el acto de decisión de la fidelidad, es la elección de su tarea propia y la confianza indestructible en su valor trascendente, es la pasión desapasionada, que lúcidamente ve y juzga todo para poder todo afrontar.” (E 27)
Referencia
[E] Existencialismo Positivo. Nicolai Abbagnano. ¿Qué es el existencialismo? Ed. Paidós
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Conferencia ¿Qué es el existencialismo? (Abbagnano) Ver aquí